El futuro de la educación vinculado a un nuevo modelo productivo en una sociedad de cambios disruptivos
Mi buen amigo y mentor Ivan Bofarull me hizo llegar hace unos días el link de su último artículo. Puede que la temática quede un poco lejos de la que es habitual en el blog, pero la ocasión merece la pena. Os aconsejo que invirtáis 15 minutos de vuestro día en esta lectura. Gracias Ivan!
Resumen
Cuando nos preguntamos acerca de la educación del futuro en España, no
podemos aislarlo del asunto del nuevo modelo productivo y de los aspectos
económicos y sociales del país. En general, la educación, los sistemas
productivos y el capital social suelen funcionar como un ecosistema. Este
artículo tiene como objetivo identificar las distintas fuerzas que interactúan
en ese ecosistema que, a su vez, está dominado por una economía globalizada.
El nuevo modelo productivo, junto con la realidad económica y social del
país, marcan el tipo de educación que deben recibir los ciudadanos, ya que estos
elementos al estar muy interrelacionados forman una urdimbre que hace difícil analizarlos
por separado. Un ejemplo clásico de esto lo encontramos en Silicon Valley (California),
donde sistema educativo, empresa y sociedad funcionan en una especie de círculo
virtuoso que refuerza la innovación. Por ejemplo, en una reciente visita a Esade
Business School del padre del Lean Start-Up, Steve Blank, éste insistía en una serie
de códigos sociales como una de las claves del éxito empresarial en Silicon
Valley.
Uno de esos códigos, que ha sido mencionado en más ocasiones por su
contraposición
a la cultura del sur de Europa, es la utilización del fracaso como
oportunidad de aprendizaje en lugar de pérdida irreparable. El profesor Steve
Blank añadía otro factor igual de relevante que el primero: el concepto de
colaboración, que se traduce en una actitud de ayudar al otro en su aventura
emprendedora, sin pedir nada a cambio. Esa actitud tan simple genera un
intercambio de favores cuya combinación es determinante para comprender la
capacidad del Valle para potenciar sus negocios. Sin duda, ese intercambio
tiene su vertiente filantrópica, de manera que una de las normas no escritas es
la de que «si has tenido éxito y ganado dinero, tú invertirás ese dinero para la
próxima generación». Por lo tanto, no podemos preguntarnos por la educación sin
preguntarnos para qué sociedad o para qué tipo de economía está orientada.
En primer lugar, debemos educar para un mundo en transformación, en el que
todas las sociedades y países occidentales, sin ser España ninguna excepción,
sufren un proceso de redefinición de su papel en el mundo, como mínimo en la
vertiente económica.
En un artículo publicado recientemente en el diario La Vanguardia
(19/03/14), el ex secretario de estado de Economía, Alfredo Pastor, hoy
profesor de Iese Business School, enfatizaba que en una situación de cambio
como la actual, o como la vivida en la revolución industrial, siempre «hay
quien gana y hay quien pierde, por lo menos en el primer momento». Y añadía con
lucidez respecto al momento que se avecina: «si en episodios anteriores los más
vulnerables parecían ser los trabajadores de menor cualificación, hoy abundan
más entre quienes desempeñan tareas que requieren un nivel medio de
conocimientos: son aquellas tareas susceptibles de ser informatizadas o
robotizadas a bajo coste las que se ven amenazadas. Las tareas que requieren
menor cualificación pero exigen presencia física están a salvo, como lo están
las tareas situadas en el extremo superior, que requieren capacidades
analíticas y creatividad». De hecho, según el McKinsey Global Institute
(informe Disruptive Technologies: advances that will transform life, business,
and the global economy, 2013), hay unos 250 millones de puestos de trabajo en
todo el mundo que en los próximos años estarán amenazados por la tendencia que
apunta el profesor Pastor.
Igualmente, según Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT)
las disrupciones tecnológicas de los próximos años, y especialmente la
robotización, crearán inevitables problemas para los trabajadores de «habilidades
medias» (moderately skilled), por dos motivos: la capacidad de computación y la
digitalización crecerán a niveles exponenciales, y las personas con espíritu
innovador dispondrán cada vez más de un stock digital casi ilimitado para
recombinar ideas y procesos y producir nuevos productos y servicios (The
Economist, Rise of the Robots, Marzo-Abril 2014).
Por ejemplo, los robots de la empresa Kiva Systems realizan gran parte de
las tareas de los centros de distribución de Amazon. De hecho, Kiva Systems fue
adquirida por Amazon en 2012 por 775 millones de dólares, al considerar que esta
empresa de robótica sería un activo estratégico de futuro para la compañía
global de comercio electrónico con sede en Seattle. No en vano, Amazon gasta
unos 4,000 millones en procesar todos los pedidos que recibe en un año. Sin
embargo, se calcula que con la progresiva incorporación de los robots de Kiva
Systems, Amazon se ahorrará un 25% de estos costes de procesamiento de pedidos,
es decir, unos 1.000 millones al año. Kiva Systems no eliminará los puestos de
trabajo de mayor valor añadido en los centros de distribución, y naturalmente,
generará puestos de trabajo en los campos como el diseño y la ingeniería
artificial en la sede central de la compañía, pero sí eliminará o hará
innecesarios en su fase de crecimiento a miles de puestos de trabajo cuya
función principal sea la clasificación de pedidos.
Y, del mismo modo, la startup catalana Natural Machines ha creado la
primera impresora 3D dedicada a la
impresión de comida, con un grado de utilidad altísimo en el mundo de la
pastelería. ¿Terminaremos imprimiendo pasteles en casa? ¿Supondrá eso una
redefinición del papel de las pastelerías tradicionales? ¿Se eliminarán puestos
de trabajo relacionados con la pastelería industrial y el transporte a tiendas
de barrio o domicilios? ¿Se crearán nuevos puestos de trabajo de «diseñadores
de aplicaciones de software para pastelería»? Este es el tipo de dilemas de
futuro que plantearán las disrupciones tecnológicas de los próximos años, y que
tendrán un impacto en el modelo educativo necesario para adaptarse a los nuevos
escenarios.
Además, la potencial polarización social que esta reordenación del trabajo
podría producir, se podría ver amplificada por el papel de las redes sociales.
Según el profesor Matthew Jackson (investigador en Stanford University), la
irrupción de las redes sociales facilita el «efecto rebaño» (herd mentality),
pero no de cualquier rebaño, sino del nuestro. Es decir, con las redes podemos
encontrar fácilmente a nuestro alter ego y estar conectados y generar un
cluster de personas con convicciones similares, lo cual, a la larga, es un
incentivo para ir reforzando las convicciones propias, de manera que la
polarización se va manifestando cada vez con más fuerza. Sin duda, cualquier fenómeno
de polarización social se verá acelerado exponencialmente por el momento digital
en el que vivimos.
1. El caso
español
De hecho, según datos de la EPA (Encuesta de Población Activa) tratados por
el economista Miquel Puig, en 2001 se generaban en España un 30% de trabajos
que requerían baja cualificación, un 50% que requerían cualificación mediana y
un 20% de alta cualificación. En 2012, el patrón había evolucionado ligeramente
hacia un 35- 45-20, es decir, un patrón más orientado hacia la baja
cualificación en detrimento de la cualificación mediana. Según el profesor
Puig, el elevado porcentaje de trabajos de baja cualificación es uno de los
principales motivos por los que las tasas de abandono escolar son tan altas en
España, pero especialmente son aún más en comunidades como Baleares (40%), con
un modelo productivo muy orientado al turismo, en contraste con el abandono
escolar en el País Vasco (menos del 20%).
Sin embargo, según datos del INE, un tercio de la población española de 25 a 29 años tiene título
universitario superior, un porcentaje que supera la capacidad del país para
generar puestos de trabajo que requieran alta cualificación, hecho que viene a
confirmar la creciente polarización. Más aún cuando comparamos el porcentaje de
jóvenes que estudian formación profesional en España (16%) con respecto a
Alemania (29%). En realidad, cuando un país genera puestos de trabajo de baja
cualificación, lo que está haciendo es poner los incentivos adecuados para que
los jóvenes abandonen la escuela y se pongan a trabajar sin pasar siquiera por
la formación profesional, que es el auténtico generador de músculo social de la
clase media en países industrializados como Alemania. Si, además, una burbuja
financiera impacta en uno de los yacimientos de empleo de baja cualificación
(por ejemplo, el sector de la construcción), inflamando las expectativas de un
trabajo rápido y fácil, el efecto perverso sobre el sistema es aún mayor: una
generación entera de españoles habrá vivido en esa burbuja de trabajo
fácil–dinero fácil, sin incentivos para una formación a largo plazo; pero en cuanto
la burbuja se deshincha, como ha sucedido, el sistema no puede reabsorber los miles
de puestos de trabajo destruidos, con un agravante: la falta de una formación adecuada
resta flexibilidad al trabajador, generando así bolsas de paro estructural de difícil
reciclaje.
Por lo tanto, el tipo de educación que queremos para el futuro está ligado
al modelo productivo de país. Con un modelo de baja productividad, en el que el
crecimiento se alcanza mediante la aportación cuantitativa de mano de obra, será
racional abandonar el colegio. En cambio, en un modelo de alta productividad (es
decir, producir más con menos recursos), en el que el crecimiento se alcanza
con la creatividad (cómo consigo producir más con menos), será racional no
abandonar el colegio y seguir estudiando.
En el caso concreto de España y en general de los países del sur de Europa,
hay un fenómeno que se solapa al de los incentivos negativos por estudiar, que
es el de la herencia familiar: según datos de Eurostat (2011), cuando el nivel
educativo de los padres es bajo, también es bajo el nivel educativo de los
hijos en un 50% de los casos, porcentaje que contrasta con el 34% de promedio
en la Unión Europea. Y viceversa, cuando el nivel educativo de los padres es
alto, la probabilidad de que los hijos tengan también un nivel educativo alto
es del 75%, porcentaje que en la Unión Europea sólo supera ligeramente el 60%.
Como la educación es un predictor de los ingresos futuros, en realidad, lo que
se desprende de estas cifras es que la movilidad social es menor en España que
en el promedio de la Unión Europea, especialmente con respecto a los países del
norte.
2. La alargada
sombra de China
Más allá de las disrupciones tecnológicas, todos los países occidentales
han visto como los fundamentos de su mercado de trabajo cambiaban radicalmente
en las últimas décadas, gracias a un fenómeno de proporciones masivas: la
incorporación de millones de personas al mercado de trabajo en China y el
sureste asiático en general, con unos costes unitarios por hora muy inferiores
a los de los países occidentales. En un mundo en el que las cadenas de valor
industriales se gestionan de forma global y desagregada, la fábrica del mundo
se desplazó rápidamente a China y el sureste asiático. Así, países como España,
que tradicionalmente habían competido mediante precios más baratos que sus
vecinos europeos del norte, tomando así una ventaja relativa interesante, vieron
como el nuevo rol de China les impedía seguir siendo líderes en coste.
Los países pueden progresar económicamente porque producen lo mismo que
todo el mundo, pero lo hacen más barato que nadie; pueden también progresar
porque producen más caro que los demás pero con una calidad muy superior;
también pueden crecer porque producen cosas nuevas que nadie antes había
inventado, o porque hacen las mismas cosas pero de manera diferente, añadiendo
innovaciones incrementales a sus productos o servicios. Descartada la primera
opción, y también la segunda (aunque Alemania parecería el mejor representante
global de la opción calidad y muy probablemente China ya haya llegado a esa
opción y ha desplazado a países como Vietnam a la opción coste), a países como
España y a Europa en general, sólo les quedan dos opciones: o bien se
convierten en innovadores disruptores (creando productos o servicios
completamente nuevos, no inventados previamente) o bien en innovadores
incrementales (añadiendo aspectos diferenciales a productos ya existentes, apalancándose
en la creatividad de las personas y el uso inteligente de la tecnología).
Por lo tanto, tanto si se trata de innovar disruptivamente o de innovar
incrementalmente, la palanca del futuro de nuestra economía es la innovación y,
por lo tanto, también es la palanca que facilitará la estabilidad social,
porque con ella irá asociado un cambio de modelo productivo y también de modelo
educativo.
El actual decano de la Haas Business School de la Berkeley University, es
autor de una de las definiciones de innovación más directas y breves: «fresh
thinking that creates value». En los últimos años se ha llegado a un consenso
acerca de la innovación como algo cercano a «la aplicación práctica de la
creatividad». Incluso el presidente de los EEUU, Barack Obama, en una
entrevista concedida a la revista Bloomberg Business Week (en 2007), se atrevió
a dar una definición de innovación: «la creación de algo que mejora la forma en
que vivimos». Pero, sin duda, el mayor consenso existente en cuanto a la
innovación, es que ésta requiere una revolución en el sistema educativo. Es decir,
aquellos modelos educativos que estén orientados a la reproducción de patrones,
de contenidos, a la mimetización, en el marco de sociedades que penalizan el
error y premian seguir al rebaño, porque ser diferente está mal visto, serán
modelos educativos que estarán impidiendo el desarrollo de una cultura
innovadora y que, por lo tanto, terminarán teniendo un impacto negativo en el
crecimiento económico de un país.
3. ¿Sabemos
seleccionar a nuestros empleados?
Recientemente, Google anunció, a través de su Senior Vicepresident de
«People Operations», Laszlo Bock, que estaban reconsiderando su política de
contratación: tras analizar miles de curriculum, entrevistas y el rendimiento
posterior en la empresa de miles de trabajadores de la compañía de Mountain
View, han llegado a la conclusión de que la correlación entre las credenciales
académicas, la brillantez del resultado en la entrevista, y el rendimiento
posterior, es cercana a cero. Según el análisis realizado
por Google, el principal motivo de esta baja correlación tiene que ver con
que las personas más brillantes intelectualmente no suelen haber experimentado
el fracaso en sus vidas y son expertas en algo así como el «error de la
atribución»: es decir, cuando algo va bien, ha sido así «porque yo soy un
genio»; en cambio, cuando algo va mal, «es porque otro lo ha hecho mal». En
este sentido, los directivos de Google creen que es fundamental para seguir
innovando que los nuevos trabajadores tengan la humildad y la ingenuidad
suficientes como para reconocer sus propios errores, aprendiendo de ellos
mismos así como del éxito de los demás. Sólo así se puede incentivar y
fortalecer un entorno colaborativo e innovador. No en vano, la definición de
ingenuidad nos remite a las cualidades de la originalidad y la inventiva
asociadas al proceso de aplicar ideas para la resolución de problemas. Por lo
tanto, ¿es la escuela un lugar en el que se destruye la ingenuidad?
4. ¿Se enseña
lo que la sociedad demanda?
Según Roger Schank, experto en inteligencia artificial e investigador de la
teoría del aprendizaje, «en la escuela nadie nos pregunta qué queremos hacer o
qué nos interesa, sino que directamente nos dicen lo que nos tiene que
interesar». A su vez, según Schank, «las universidades elitistas nunca se han
enfocado en encontrar trabajo sino en asegurarse que los futuros presidentes de
los EEUU, que siempre han estudiado en Harvard o en Yale, puedan llegar a tener
un diploma que efectivamente diga que han estudiado en Harvard o en Yale».
Pero, ¿cómo podríamos conseguir que en la escuela indague qué es lo que nos
interesa o nos ayudará a descubrir aquello en lo que cada uno es mejor?
Yaacov Hecht, fundador del Instituto para una Educación Democrática
(Israel), es un precursor de la educación personalizada, que tiene por objetivo
que cada niño pueda desarrollar alguna habilidad en la que sea realmente
extraordinario. «¿Qué le piden hoy en una empresa puntera? Cada vez menos notas
y títulos: quieren que les diga qué sabe hacer y cómo lo ha aprendido; en qué
es usted genial y qué hace mejor que nadie». Según Joan Ramon Alabart, profesor
de la Universitat Rovira i Virgili, «existe el supuesto erróneo de que un ser
humano puede aprenderlo todo. Es una gran falacia». «El sistema educativo actual
obliga a todos a pasar por el tubo de la homogeneización, desaprovechando los
talentos individuales e inculcando muchos conocimientos que después se
olvidarán». De hecho, el profesor Alabart destaca que una de las claves para
poder alcanzar la excelencia es precisamente que nos dediquemos más a aquello
que nos gusta, donde tengamos una serie de habilidades innatas. Por lo tanto,
¿las organizaciones podrían valorar cada vez más las cualidades innatas de cada
uno en lugar de las credenciales adquiridas?
El pedagogo Yaacov Hecht resalta que cada vez es más importante el cómo
aprendemos y no tanto el qué hemos adquirido, «porque el cómo revela si será
usted capaz de seguir aprendiendo por su cuenta para seguir estando en
vanguardia. Las empresas ya no son pirámides sino redes de células con
conocimiento propio, que no compiten, sino que se comunican, cooperan y crean
en línea». Es decir, si lo innato y el cómo son tan relevantes, ¿tiene hoy más
valor el concepto de pasión?
Según Simon Dolan, doctor en Recursos Humanos y director de la Cátedra del
Futuro del Trabajo en Esade Business School, hay una relación entre pasión e
innovación: «si trabajas sólo por dinero, no puedes sostener la excelencia. Sin
embargo, si conseguimos disfrutar, nuestro trabajo se convierte en un juego y
el círculo se torna virtuoso: cuanto más me esfuerzo, mejor lo hago y más me
gusta. Y es más: cuando hay pasión, la curiosidad se dispara y la innovación
llega de manera natural».
En un mundo en el que cada persona es excelente en un ámbito concreto, la
cooperación es más necesaria que nunca, algo que Steve Blank apuntaba como una
de las claves del progreso en Silicon Valley. El concepto de cooperación ha
visto crecer su relevancia de forma extraordinaria en los últimos años, debido
a uno de los fenómenos más relevantes en la economía del siglo xxi: la
desagregación de las cadenas de valor. La globalización y la digitalización han
facilitado la fragmentación de las cadenas de valor. Por un lado, la
globalización ha permitido diseñar en California, producir en China, y vender
en Europa. Por otro lado, la irrupción de herramientas de programación en
formato abierto ha permitido la proliferación de software que es capaz de cambiar
las reglas de juego en la cadena de valor de cualquier industria, en especial
las fundamentadas en la información. Por ejemplo, hoy es fácil editar un disco
o un libro con herramientas abiertas. De la misma forma, cualquier profesor,
como hizo en su día Sebastian Thrun en Stanford University, puede colgar en la
red sus propias clases e iniciar desde cero una nueva universidad, como fue el
caso de Udacity, una de las iniciativas más exitosas en el ámbito de los MOOCs
(Massive Online Open Courses).
La ventaja de la información empaquetada en bits es que el coste marginal
de producir una unidad adicional es cero. En muchos casos, no sólo el coste
marginal tiendea cero sino que también los costes iniciales son relativamente
bajos, disminuyendo las barreras de
entrada. Este es el principal motivo por el que en la economía del siglo xxi
aparece la oportunidad para muchos nuevos actores de entrar en alguna fase de
la producción y especializarse, de manera que las cadenas de valor tienden a
desagregarse. Según el economista Jeremy Rifkin, que hoy es presidente de la Foundation
on Economic Trends (Washington, DC), cree que en pocos años viviremos en una
«economía de coste marginal cero», que ya no sólo afectará a la producción de
información, sino también a la de objetos o infrastructuras, gracias a la
revolución de las impresoras 3D y del «internet de las cosas» (objetos
conectados remotamente a internet, transmitiendo información útil que puede ser
tratada masivamente). La cooperación se convierte en un valor absolutamente
esencial en una economía de la innovación de coste marginal cero, porque las
empresas del futuro serán más parecidas a un ecosistema con múltiples actores,
cada uno de ellos muy bueno en algo. En muchas ocasiones, la habilidad más solicitada
será el tener la capacidad de crear conexiones entre los diferentes actores, detectando
oportunidades que serán fruto de la combinación de sus habilidades
individuales.
Recientemente, el MIT creó un equipo de trabajo (task force) liderado por
el español Israel Ruiz, con el objetivo de definir la universidad del futuro
(The Future of the MIT Education, preliminary report, Boston, noviembre 2013).
Una de las preguntas que el task force se hacía era «¿Cuáles son los atributos
deseados para los graduados del futuro?». La respuesta es muy indicativa del
tipo de capacidades necesarias en una economía de la innovación: «No sólo
queremos a graduados que hayan conseguido los objetivos relacionados con unos
estándares elevados de excelencia académica, sinoque queremos que los graduados
de MIT sean personas que puedan captar la big picture (visión de conjunto) de
las cosas, es decir el cuadro general por encima de los detalles, que sepan
comprender un mundo tecnológico siempre puesto en contexto, que sepan realizar
conexiones entre temáticas diferentes, que sepan comunicar con eficacia, pensar
creativamente, y finalmente, saber convivir con la incertidumbre».
En este sentido, los profesores Roger Martin y Mihnea Moldoveanu, de la
Rotman
School of Management (Toronto University), desarrollaron hace
aproximadamente unadécada el concepto de «integrative thinking», una
metodología para la resolución de problemas complejos en los que debemos
decidir entre modelos contrapuestos. Martin y Moldoveanu propusieron la
creación de modelos superiores basados en soluciones creativas, que eviten la
elección de una opción por encima de otra.
Según el Desautels Center for Integrative Thinking (Rotman School), «los pensadores
integrativos construyennuevos modelos en lugar de elegir uno y descartar otro.
Su nuevo modelo captura las múltiples interrelaciones entre variables
comprendidas en cada unode los modelos iniciales. Son capaces de considerar un
problema como un conjunto, un sistema, y de transformar los retos en
oportunidades». Un aspecto fundamental de los «pensadores integrativos» es que
afrontan y se relacionan con la información de su entorno siguiendo una
arquitectura diferente de los pensadores convencionales. Los integrativos no
analizan y descomponen la información de manera secuencial o lineal, sino que
lo hacen combinando la secuencialidad con el big picture, en diferentes
iteraciones mediante las cuales van estableciendo las relaciones
multidimensionales entre variables entre sí mismas y entre cada una de ellas y
la visión de conjunto.
En 2011, los profesores Thomas Ehrlich (Stanford Graduate School of
Education) y
William M. Sullivan (Wabash College) escribieron Rethinking Undergraduate
Business
Education, una reacción ante la crisis de valores y de modelo económico que
se derivó del impacto de la Gran Recesión en el imaginario colectivo. Su
propósito era el de proponer una redefinición de los contenidos en los grados
universitarios relacionados con administración y dirección de empresas, en la
línea de fomentar aquellos atributos que se adapten a la sociedad del futuro.
Los autores pedían específicamente la integración de las Liberal arts en el
currículum de los grados relacionados con business. En concreto, Ehrlich y
Sullivan creen que es fundamental incorporar los cuatro grandes pilares del
pensamiento derivado de las Liberal arts: el pensamiento analítico, el multiple
framing, el pensamiento reflexivo y el razonamiento práctico. El pensamiento
analítico se refiere a la capacidad de un individuo de producir conocimiento
formal a partir de una experiencia particular. El multiple framing se
desarrolla al ser capaz de trabajar con perspectivas diferentes y aparentemente
incompatibles. A su vez, el pensamiento reflexivo apela a la capacidad de
profundizar en los valores e identidad de uno mismo y en su relación con el
mundo. Finalmente, el razonamiento práctico se refiere a la capacidad de
traducir el conocimiento autogenerado a partir del pensamiento analítico y
reflexivo con el fin de producir un impacto real en el mundo.
En otro ejemplo reciente, el decano de la Haas School of Business de la
Universidad de Berkeley, Richard Lyons, presentaba la visión de esta escuela
para el futuro con una redefinición de lo que creen que deben ser los atributos
de sus graduados.
Lyons mencionaba tres dimensiones básicas de aprendizaje: ser excelentes y
rigurosos sin ser arrogantes, estar siempre con ganas de aprender y de tener
curiosidad por las cosas nuevas y, finalmente, ser capaces de cuestionar el
statu quo. En todos los casos mencionados parece confirmarse una idea apuntada
por Yacov Hecht: parece que el cómo aprendemos es cada vez más relevante,
teniendo en cuenta que la economía de la innovación supone un cambio de
paradigma en nuestra sociedad, más abierta al cambio constante, la complejidad,
la colaboración y las múltiples interacciones, y en la que el acceso a la
información se convierte en lo que en términos económicos se define como un
commodity, es decir, de muy bajo valor añadido.
5. Los
«Millennials»
En 2013, la consultora PWC publicó uno de los estudios más relevantes sobre
las futuras generaciones y su relación con el mundo del trabajo, en
colaboración con la
University of Southern California y la London Business School (NextGen: a
global
generation study). La terminología anglosajona ha acuñado el concepto de
«Millennials» para etiquetar a la generación de jóvenes que alcanzaron la
mayoría de edad en el cambio de milenio, es decir, los nacidos en los primeros
años de la década de los 80, y hasta mediados de los 90 aproximadamente. Sin
duda, esta es una generación radicalmente distinguible por el impacto que en
ella han tenido los cambios tecnológicos y la prosperidad económica, en
comparación con generaciones anteriores, incluso la inmediatamente anterior.
Por este motivo, en los últimos años se han publicado diferentes estudios que tratan
de averiguar qué patrones significativos se aprecian en esta generación que puedan ser indicativos
acerca de hacia dónde se encamina nuestra sociedad en el futuro. Otro de los
estudios relevantes en este ámbito ha sido el producido conjuntamente por
Telefonica y Financial Times. Del estudio de PWC se desprenden algunas
conclusiones muy significativas:
• Los Millennials son una generación que le da mucha más importancia al
equilibrio entre la vida personal y profesional. Su nivel de tolerancia al sacrificio
a toda costa en el trabajo es mucho menor.
• Su cultura de trabajo es mucho menos transaccional (orientación al
control y obtención de su satisfacción profesional mediante logros relacionados
con la remuneración) y mucho más social (orientación al equipo y la comunidad;
obtención de satisfacción profesional mediante la flexibilidad y el
reconocimiento).
• Finalmente, son una generación que necesita más motivación para afrontar
un trabajo concreto. De la misma forma que cuando un trabajo les gusta su nivel
de motivación e implicación es altísimo, también sucede que su nivel de
tolerancia a un trabajo poco motivador es bajísimo, de manera que están más
abiertos al cambio de trabajo, hasta encontrar uno que les vuelva a motivar.
Esta última tendencia marca una gran distancia con respecto a otras
generaciones, para las que un valor fundamental en el trabajo era la
estabilidad. De hecho, el profesor de Esade Simon Dolan habla de «pluriempleo
mutante» para definir la forma que tomará el mercado de trabajo en las próximas
generaciones: «constantemente dejaremos trabajos y nos incorporaremos en
nuevos; tendremos un portafolio laboral para no depender de una sola empresa».
Pero hay más: según el estudio de Telefonica, uno de los aspectos más
distintivos de los Millennials es que son la primera generación de la historia
que cree más en sus peers (sus pares) antes que en la autoridad o la jerarquía.
La credibilidad de las instituciones tradicionales decae a ojos de los
Millennials. En cuanto a las organizaciones, la vieja visión de una jerarquía
clara se ve modificada por un sistema más fluido, organizado en red, con flujos
en cada sentido, y con nodos de referencia, de manera que, aunque una
organización trate de etiquetar jerárquicamente a sus componentes, la
percepción para los Millennial es que cada persona es uno más y, por lo tanto,
el respeto se lo ganará cada uno por su conocimiento y su capacidad de
convertirse en un nodo de la red. Es decir, volvemos casi sin querer a la idea
de las células que mencionaba Yaacov
Hecht y, en consecuencia, a la necesidad de desarrollar las habilidades
colaborativas.
De estas tendencias se desprenden una serie de consideraciones que serán de
utilidad para las empresas y de las que también brotarán conexiones con el
sistema educativo que queremos. En primer lugar, las empresas tendrán que saber
crear culturas de trabajo muy flexibles y transparentes. En segundo lugar, las
empresas tendrán que ser capaces de construir auténticas culturas de equipo, en
las que el reconocimiento sea un pilar fundamental del desarrollo de cada
persona y, además, que este reconocimiento sea lo más inmediato posible. Esto
no sólo choca con la cultura de una gran parte de las empresas, sino también
con una de las grandes carencias del sistema educativo, que tiene dificultades
por reconocer el éxito de quien lo hace bien y que penaliza excesivamente el
fracaso, en una especie de modelo igualatorio con tendencia a la baja, hacia la
mediocridad. Finalmente, las empresas tendrán que convertirse en organizaciones
que escuchan: no sólo a sus clientes, sino también a sus empleados o
colaboradores, tratando cada caso de manera individual, dando feedback lo más
personalizado posible y, en el caso de los empleados, aceptando que, como
afirma el profesor Simon Dolan, el pluriempleo mutante y el portafolio
profesional será la forma más común de organización personal del trabajo.
6. Tiempo para
crear
Por este motivo, algunas organizaciones como Google han introducido la
posibilidad de que sus empleados dispongan de un 20% de tiempo libre (el
equivalente a un día a la semana). Este tiempo libre puede dedicarse a
proyectos que puedan tener un impacto a largo plazo en la compañía pero que no
tengan ninguna relación a corto plazo con el trabajo que estén realizando. De
hecho, una parte importante de las iniciativas que se lanzan en Google Labs
provienen del uso de este tiempo desestructurado. En la misma línea, la Royal
Society for the Encouragement of Arts (Reino Unido) organizó recientemente una
investigación y unas jornadas tituladas «Skills 2014», en las que se presentaban
los resultados de un estudio sobre el hiato existente entre las habilidades que
se fomentan en las escuelas y lo que la sociedad del futuro va a necesitar. Una
de las conclusiones es que los niños más brillantes y los innovadores y
emprendedores más exitosos han encontrado siempre formas de aprender aquello
que más les interesaba fuera del entorno estructurado del sistema educativo. La
Royal Society se pregunta si el Reino Unido no debería incentivar precisamente
eso: es decir, en lugar de promover actividades extraescolares para las que
nunca hay agenda suficientemente amplia como para cumplirlas todas, ¿no
deberíamos promover que dentro de la actividad curricular se dé tiempo libre
suficiente para que cada niño pueda dedicarse a aquellas actividades que más
les motiven?
Una de las ventajas de que cada niño trabaje en las ideas y proyectos que
más le motivan es que aprenderá a asumir riesgos, a equivocarse, a iterar
(porque quizás volverá a intentarlo). Evidentemente, se necesitan profesores
que ayuden a cada niño a que sea consciente de su propio progreso.
La propuesta de la RSA nos lleva de vuelta a la sugerente reflexión del
pedagogo
Roger Schank, de que «en la escuela no nos preguntan lo que queremos hacer,
sino que nos dicen lo que tenemos que hacer». En cambio, la economía de la
innovación nos demandará estar preparados para la iniciativa personal, para las
conexiones en red en las que se crean nodos de conocimiento, y por lo tanto, se
trata de una economía en la que nuestro entrenamiento previo como personas
curiosas, creativas, que desarrollan ideas nuevas, que saben probar si
funcionan, que lo vuelven a intentar, serán crecientemente relevantes. Y por lo
tanto el sistema educativo, tal y como queda reflejado en «Skills 2014», tendrá
que dar respuesta a estos desafíos.
7. De vuelta en
España
España y, en general, el sur de Europa ¿tienen las condiciones adecuadas
para crear los incentivos del cambio de modelo? Sin duda, la gran recesión originada
en los países occidentales no debe ser un impedimento para el cambio de modelo
productivo y de educación. Todo lo contrario: según Steve Blank, el ejemplo de
Israel es inspirador
.
Un país en crisis geopolítica permanente que ha logrado crear un estimulante
ecosistema emprendedor, que no depende exclusivamente como suele anunciarse del
importante gasto militar, sino que en realidad se asienta fundamentalmente en
una cultura de asunción del riesgo de las más desarrolladas fuera de EEUU. En los
últimos años hemos visto cómo en España se ha producido una auténtica ola de
creación de incubadoras y proyectos de aceleración emprendedora financiados por
grandes empresas. Uno de los mejores ejemplos es Wayra, la incubadora de
Telefónica, con bases en Madrid y Barcelona. Uno de los aspectos que más
debería contribuir a crear una cultura emprendedora e innovadora que conecte
con la escuela es la creación de referentes.
Los profesores Àngel Castiñeira y Josep Maria Lozano, de la Cátedra de
Liderazgos de Esade, nos ofrecen una definición de referente que es muy
ilustrativa: «Referente es aquella persona que ejemplariza con su labor
profesional determinados valores y que influye positivamente en la conducta de
los demás, aunque no pretenda ser ejemplo sino, simplemente, vivir su profesión
desde sus opciones asumidas. La autenticidad de su labor profesional es capaz
de conmovernos porque su ejemplo nos permite vislumbrar la materialización de
un ideal, nos recuerda su existencia y nos invita a acceder a él. Son testigos de
un estilo profesional de calidad y nos transmiten el mensaje de que a través de
nuestro trabajo y esfuerzo podemos llegar a ser mejores». Su definición
incorpora una serie de valores implícitos: autenticidad (no reproducir simplemente
lo que hacen los demás), ideal (en contraposición a lo uniforme y mediocre), esfuerzo
(en contraposición a la cultura del éxito rápido).
Tener a referentes como Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Page (Google) o
Jeff Bezos (Amazon) crea incentivos incomparables. En este sentido, es en
España donde se ha creado la única empresa europea que ha podido incorporarse
al índice Fortune 500 en los últimos veinte años: Inditex. Un liderazgo
empresarial que ha sido secundado por otras empresas que en el ámbito del Fast
Fashion se han convertido en referentes globales, como Mango y Desigual. Sin
embargo, los fundadores de Inditex o Mango, Amancio Ortega e Isak Andik, no
ejercen el rol de referentes públicos que puedan iluminar e inspirar a futuras
generaciones, tal y como se desprende de la definición de Lozano y Castiñeira.
Todo lo contrario, especialmente el primero, siguen una tradición muy propia en
el sur de Europa de una cierta discreción, posiblemente debido a que no sólo es
el fracaso lo que se penaliza socialmente, sino también el éxito. Opuesto a
Ortega o Andik sería el caso de Ferrán Adrià, una de las personas quemás
magnetismo ha proyectado para provocar una auténtica revolución en el mundo de
la cocina y hacer extensiva su influencia a otras industrias y ámbitos de la
economía. La colaboración de Ferran Adrià con el centro de innovación de
Telefonica en Barcelona, por ejemplo, para la ideación y lanzamiento de la
Bullipedia, es un ejemplo de innovación con impacto social. Si tuviéramos a
veinte referentes como Adrià en diferentes sectores que cubrieran portadas de
periódicos en papel y digitales cada día, casi no haría falta hacer nada más,
porque la revolución se produciría en cascada. Los niños querrían ser como
ellos.
8. Innovar la
educación
Tony Wagner trabaja en el Innovation Lab de la Harvard University.
Recientemente escribió el libro Creating Innovators. Wagner pasó años
entrevistando a personas que en EEUU han destacado por su capacidad innovadora,
investigando sus raíces en cuanto a su etapa escolar. De su investigación
consiguió definir unos patrones y unasreglas de educación básicas para, según
él, «no estropear la capacidad innovadora». A sí llegó a la conclusión de que
hay cinco habilidades que combinadas entre ellas separana los innovadores de
los no innovadores: el pensamiento asociativo, la capacidad de cuestionarse las
cosas, capacidad de observación, capacidad de experimentación y, finalmente, la
habilidad para tejer redes relacionales. A lo largo de las diferentes
entrevistas descubrió que los padres y las escuelas con los que los innovadores
se habían educado habían creado unas condiciones muy concretas para:
experimentar, jugar (especialmente con juegos poco sofisticados pero
constructivos, como los juegos de bloques), poner límites claros sin sobreproteger
y, sobre todo, algo que Wagner etiqueta como la intencionalidad, es decir, el
constante apoyo de padres y educadores, casi como meros observadores, para
estar atentos y descubrir la pasión de cada niño y, por lo tanto, no poner
barreras al desarrollo de esa pasión a través de diferentes formas y
expresiones.
Pero, dicho todo esto, ¿tenemos ejemplos en el sistema educativo que puedan
ser inspiradores? Si hay un centro educativo en el mundo que esté en la
vanguardia decómo inspirar para innovar desde muy pequeños éste es el Bing
Nursery, ubicado en Stanford University,
en Palo Alto (California), un centro esencialmente enfocado en la investigación
que se ha convertido en referente para muchos centros educativos en el resto
del mundo. Aunque en Europa son los países del norte los que más han logrado y autoestima
de los niños, en España destaca como mínimo el ejemplo de Escola L’Horitzó
(http://escola-horitzo.cat), una escuela catalana pionera entre otros aspectos en
la creación de un Lego Innovation Studio (http://education.lego.com), situado
en el marco de una educación personalizada y orientada al desarrollo de cada
persona como única e irrepetible. Sin embargo, la aplicación de casos concretos
de éxito, como
Horitzó, a un modelo generalizable para el conjunto de la escuela pública,
implicaría una apuesta estratégica a favor de la educación por parte de la
administración pública.
En este sentido, cabe recordar que una apuesta estratégica implica decidir
entre alternativas y, en consecuencia, elegir una opción (educación) para
renunciar a otra (es decir, otras partidas del presupuesto público).
En general, cuando nos preguntamos por el sistema educativo y el modelo
productivo de un país, resulta cada vez más probable que debamos iniciar una
trayectoria de desaprendizaje, más que de aprendizaje, en la que posiblemente
la clave sea la de eliminar trabas, ya sean trabas relacionadas con la
producción emprendedora o trabas relacionadas con la educación de los niños.
Como reconocía el RSA británico, los niños suelen encontrar lo que les gusta
fuera de su entorno estructurado, por lo tanto, es más relevante encontrar la
forma de hacer fluir lo que les apasiona en un entorno que sea aparentemente
desestructurado pero que cuente con la mirada de alguien que le haga descubrir
y le pueda empujar hacia próximas metas. Algo parecido a los retos de un modelo
productivo encorsetado por sectores excesivamente regulados y escasas facilidades
para los emprendedores. En esta redefinición del modelo productivo y del sistema
educativo habrá que contar con las nuevas generaciones que, como todos los informes
acerca de los «Millennials» indican, ya no se dejan guiar por la autoridad formal
y sí lo hacen por sus «pares», aquellos con autoridad por conocimiento.
Un país con un capital físico atractivo, unas infraestructuras de primera
división europea, un capital humano de primer nivel mundial, debería ser más
optimista y crear los incentivos para el cambio en como mínimo tres ámbitos:
regeneración de estructuras de poder, regeneración social y económica y un
nuevo modelo educativo pensado para las próximas generaciones.
Autor: Ivan Bofarull
Ivan Bofarull
El autor es director de Global Strategic Initiatives en ESADE Business
School (Barcelona) y guest advisor en la
Georgetown University (Washington, DC).
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