Mejores, peores directivos
En nuestros
cursos de formación de directivos, una de las actividades que realizamos es
compartir una reflexión a partir de una pregunta muy sencilla: ¿qué es lo que
caracteriza el mejor y el peor directivo que has conocido en tu vida
profesional? Ha habido unas consideraciones muy significativas, como resultado
de este ejercicio, que nos gustaría destacar.
En primer lugar,
las competencias técnicas han sido lo que menos –comparativamente- ha pesado a
la hora de valorar a alguien como el mejor / peor directivo. Más aún: se ha
dado el caso de que se considerara como una característica tanto del bueno como
del mal directivo el hecho de que consiguiera buenos resultados en su gestión
(es decir: entre los calificados como malos directivos había unos cuantos a los
que se reconocía que obtenían excelentes resultados).
En segundo lugar,
el peor directivo lo es fundamentalmente por sus pésimas actitudes personales y
relacionales (vaya: que es un maltratador); es alguien que no respeta a los
demás, que se aprovecha de su trabajo, desconfiado, que no afronta las
situaciones de cara, dictatorial, manipulador, deshonesto, que no acepta las
críticas ... y así sucesivamente. En cambio, el buen directivo lo es el
conjunto de cualidades de su perfil personal: transparente, justo, inspirador,
consecuente, coherente, no rehúye la responsabilidad, no presume, genera
confianza, escucha ...
En definitiva, en la función directiva - al menos desde la perspectiva de los equipos- parece que valoramos más las actitudes que las aptitudes. Para redondearlo, a la pregunta de qué han aprendido los participantes de cada uno de ellos, el aprendizaje que predominaba el peor directivo es la conciencia clara de cómo uno no quería ser ni actuar; mientras que la huella dejada por el buen directivo es una adhesión a y la interiorización de alguna característica de su perfil, algo parecido a una invitación a la mejora y el crecimiento personal y profesional.
En definitiva, en la función directiva - al menos desde la perspectiva de los equipos- parece que valoramos más las actitudes que las aptitudes. Para redondearlo, a la pregunta de qué han aprendido los participantes de cada uno de ellos, el aprendizaje que predominaba el peor directivo es la conciencia clara de cómo uno no quería ser ni actuar; mientras que la huella dejada por el buen directivo es una adhesión a y la interiorización de alguna característica de su perfil, algo parecido a una invitación a la mejora y el crecimiento personal y profesional.
Este pequeño
ejercicio nos suscita tres reflexiones: la constatación de que la competencia
técnico-es una condición que se supone en un directivo, pero que no es
determinante para valorarlo positivamente por parte de su equipo; la
constatación de que los peores directivos lo son, lisa y llanamente, porque
maltratan las personas o generan relaciones tóxicas; y la constatación de que
los mejores directivos lo son porque se reconoce en ellos una cierta calidad
humana.
En Good to Great
(2001), uno de los libros más destacables que se han publicado sobre la
actuación de las mejores empresas, Jim Collins relata cinco niveles de
competencias que ha encontrado en los directivos de las empresas estudiadas.
Dos de estos niveles son saber interactuar bien con los demás y, lo más
difícil, lograr el reconocimiento de una grandeza derivada, paradójicamente, de
saber combinar humildad personal y voluntad profesional. Tenga en cuenta que
estos niveles hacen hincapié en los valores relacionales, y en los aspectos de
la calidad humana.
En nuestra
opinión, el verdadero reto formativo de los directivos en los próximos años
consistirá en incorporar métodos de crecimiento personal y relacional no
basados exclusivamente en la transferencia de más y más conocimientos o en la
práctica repetitiva de habilidades técnicas. Si esto es así, no se entiende que
tanto las empresas como las escuelas de negocios a menudo sólo pongan el acento
en el desarrollo de capacidades técnico-y no atiendan al desarrollo de la
capacidad de tratar con personas y las personas, y en el desarrollo de la
calidad humana.
Autores: Àngel
Castiñeira y Josep Maria Lozano (Esade)
Fuente: El PuntAvui
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